Era 1910 y en México comenzaba a surgir un movimiento armado en contra de la dictadura del general Porfirio Díaz, quien se mantenía en el gobierno del país desde 1876. La Revolución Mexicana había empezado. En el panorama nacional dominaban los numerosos enfrentamientos, tanto ideológicos como armados, entre obreros, campesinos y anarquistas. El ambiente era tenso y la población necesitaba distraerse.
Fue entonces que los empresarios italianos Giovanni Reselevich y Antonio Fournier se les ocurrió montar espectáculos en donde los participantes se batían en duelos, cuerpo a cuerpo; sin armas, sólo golpes, empujones y una que otra acrobacia.
Estos enfrentamientos eran conocidos como “lucha libre”, y se trataba de un raro deporte en el que no había límite de tiempo ni de contrincantes; estaban permitidos toda clase de golpes, así como ataques a traición y alianzas ventajosas. Muy pocas reglas regían los combates. Y las existentes casi siempre eran violadas o ignoradas por los peleadores.
Competencia de niveles
Reselevich llevaba a cabo sus funciones en el Teatro Principal (ubicado en Madero y 16 de septiembre), mientras que Fournier las hacía en el Teatro Colón (en Bolívar y 16 de septiembre). La rivalidad entre ambas compañías cada vez era mayor, lo cual se convirtió en un espléndido negocio. Algunos combatientes de esa época eran el Conde Koma y Nabutaka.
En 1921 arribaron al país gladiadores como el León Navarro, campeón medio en Europa, con la compañía de Constand le Marin; así como el rumano Sond, el japonés Kawamula, Hércules Sampson, George Gadfrey y el Sargento Russell, entre otros. A pesar de que este tipo de enfrentamientos eran considerados a nivel internacional como una actividad deportiva, en México eran catalogados como espectáculos populares.
Origen del imperio
En 1929, el jalisciense Salvador Lutteroth González, hoy considerado padre de la lucha libre mexicana, presenció uno de estos eventos en el Liberty Hall de El Paso, en Texas. Fue entonces cuando, después de quedar asombrado con los gladiadores de aquella batalla, pensó en introducir este deporte en el país. Para lograrlo se asoció con Francisco Ahumada. Ambos buscaron un local que tuviera las condiciones adecuadas para llevar a cabo las funciones.
Posteriormente presentaron el proyecto a Lavergne y Fitten, empresarios de boxeo que manejaban la Arena Nacional (el Palacio Chino); sin embargo no les interesó la propuesta. Posteriormente acudieron con Víctor Manuel Castillo, propietario de la Arena Modelo, quien aceptó rentarles el local. El lugar estaba desmantelado pero, tras una serie de remodelaciones, el 21 de septiembre de 1933 se inauguró dicho espacio con el nombre de la Arena México, con capacidad para cinco mil personas; al mismo tiempo se fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL). Ese día también se realizó la primera función en el recinto. El cartel estuvo integrado por Chino Achiu, el estadounidense Bobby Sampson, el irlandés Cyclone Mackey y el mexicano Yaqui Joe, entre otros.
Su éxito llamó la atención de Lavergne y Fitten, quienes amenazaron a Lutteroth y le advirtieron, que de no hacer este tipo de competencias en la Arena Nacional, le quitarían a los luchadores y lo sacarían del negocio. Esto obligó a Lutteroth a presentar todos los jueves funciones en esa arena, además de las que organizaba los domingos en la México.
Llegan los enmascarados
En esa misma época, los empresarios deseaban presentar estos eventos deportivos tanto en provincia como en la capital; fue entonces cuando los gladiadores, similares a un elenco circense, comenzaron a recorrer el país en vehículos destartalados.
Combatían todos los días, en ocasiones hasta cuatro o cinco veces, pues eran pocas las ciudades que no tenían una arena. Los luchadores que destacaban en estas giras eran Cavernario Galindo, Médico Asesino, Lalo el Exótico, Gardenia Davis, Dientes Hernández, Tarzán López, Murciélago Velázquez, Enrique Llanes, Charro Aguayo y Santo el Enmascarado de Plata, entre otros.
A un año de la fundación de la EMLL, Salvador Lutteroth mandó construir la Arena Coliseo en el barrio de La Lagunilla. El recinto fue inaugurado el 2 de abril de 1943, con capacidad para 6,500 aficionados.
Época de oro
En la década de los años 50, la lucha libre se difundió rápidamente con la llegada de la televisión. Esto propició su popularidad entre la clase media. En ese tiempo, el Santo aparece en una historieta firmada por José G. Cruz, de la que llegaron a venderse más de un millón de ejemplares. Para entonces, los eventos luchísticos estaban presentes tanto en las arenas como en la televisión y los cómics; sin embargo, el cine no los difundía aún, ese fue su siguiente paso.
Para 1952 se filman las primeras cuatro películas de luchadores: La Bestia Magnífica, de Chano Urueta; El luchador Fenómeno, de Fernando Cortés; Huracán Ramírez, de Joselito Rodríguez y El Enmascarado de Plata, de René Cardona. El cine de luchadores fue un éxito rotundo. Logró convertirse en un género propio del cine mexicano y fue capaz de conquistar los mercados de Centro y Sudamérica, incluso consiguió asombrar a la crítica europea.
Este deporte estaba en su apogeo y empezaron a surgir nuevos gladiadores que después fueron considerados estrellas de la EMLL como Wolf Ruvinskis, Rito Romero, el “Manotas” Blue Demon, Rolando Vera, Ray Mendoza y Rayo de Jalisco, entre otros.
El 17 de octubre de 1954, la México fue demolida debido a que Lutteroth pretendía construir una arena mucho más grande, pues en cada función decenas de aficionados se quedaban fuera del local. Mientras se terminaba el proyecto, los eventos sólo se presentaban en la Coliseo y en las arenas de los barrios.
Arena México
El 27 de abril de 1956, se inaugura en la colonia Doctores la nueva Arena México, conocida como la Catedral de la Lucha Libre. Este nuevo recinto tiene una superficie de 12 mil 500 metros y capacidad para 17 mil 678 espectadores. En la función de apertura combatieron figuras estelares, como el Santo y el Médico Asesino, ambos derrotaron a la mancuerna integrada por Blue Demon y Rolando Vera.
Hasta la década de 1970, el cine continuó difundiendo esta actividad, pero sobre todo a las figuras del pancracio, quienes ya se habían convertido en los súper héroes del barrio.
Desde entonces, como hasta ahora, familias abarrotan las funciones de este espectáculo, mezcla de deporte, acrobacia e histrionismo. Todos dispuestos a emocionarse con el desarrollo de los combates, los cuales están llenos de patadas voladoras y llaves (como el tirabuzón o la quebradora y hasta piquetes de ojos).
Cada evento se engalana con la fastuosa presencia de los gladiadores, quienes además de deleitar a los aficionados con sus aparatosos combates, transforman los cuadriláteros en verdaderos escenarios y pasarelas.