El 12 de octubre de 1972, 40 pasajeros y 5 tripulantes abordaron un avión en el Aeropuerto Internacional de Carrasco, en Uruguay. El vuelo tenía como destino la ciudad de Santiago, en Chile. Se trataba del equipo de rugby del club de exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo. Los deportistas se enfrentarían con el Old Boys de Santiago. Sin embargo, las condiciones meteorológicas cambiaron el destino de quienes viajaban en el vuelo 571.
A raíz del mal clima, el Fairchild Hiller FH-227, avión perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya, descendió en la ciudad de Mendoza, Argentina, donde el equipo y la tripulación pasó la noche. Al otro día, con condiciones climáticas apenas aceptables, decidieron continuar su viaje hacia tierras chilenas, sobrevolando la Cordillera de los Andes.
A las 14:18 horas (horario local) despegaron. A las 15:21 horas el copiloto informó al aeropuerto de Santiago que sobrevolaban el Paso del Planchón y que calculaban llegar a Curicó a las 15:32 horas. La comunicación se perdió después de ese último informe.
Inicia la tragedia
El piloto Julio César Ferradas, y su copiloto Dante Lagurara, no pudieron estabilizar la aeronave que se enfrentó a fuertes vientos que cambiaban su trayectoria. Se encontraron con una montaña que hizo que el avión se partiera en dos. De las 45 personas que viajaban en el avión, 13 murieron en el impacto. Entre los fallecidos estaban 4 de los miembros de la tripulación y 4 pasajeros que fallecieron al día siguiente del choque.
De forma inmediata, los gobiernos de Argentina y Chile comenzaron la búsqueda de los sobrevivientes, pero los rescatistas no tuvieron suerte.
Suspenden la búsqueda
Ocho días después del accidente se decidió suspender los trabajos de rescate: asumieron que no había posibilidad de que estuvieran con vida. La noticia de la cancelación se hizo oficial y el mundo creyó que los 45 pasajeros estaban muertos y que sus restos quedarían enterrados en la nieve de la Cordillera de los Andes.
Supervivencia
En los primeros días, los 27 sobrevivientes se enfrentaron a temperaturas que oscilaban entre los -25 y los -42 °C. Las bajas temperaturas hicieron que los pasajeros se las ingeniaran y tomaran medidas rudimentarias para soportar las heladas. Por ejemplo, confeccionaron guantes y botines con los desperdicios de los asientos de la aeronave, así como anteojos con residuos de plástico que evitaba el encandilamiento a causa de la nieve. En los peores días de frío, y para evitar que murieran de hipotermia, se daban masajes para mantener una temperatura corporal que les permitiera seguir con vida.
Primera semana
A una semana de estar bajo la nieve, los sobrevivientes encontraron una radio con pilas que les permitió tener contacto con la civilización; de esa forma se enteraron que había sido suspendida su búsqueda. A 16 días del impacto, quienes quedaron con vida experimentaron otra tragedia. Un alud cayo sobre los restos del avión sepultando a quienes dormían en su interior. El saldo: 8 personas murieron asfixiadas, incluyendo al capitán del equipo Marcelo Pérez y la pasajera Liliana Navarro. En mes de noviembre murieron otros 2 pasajeros y el 11 de diciembre moriría el vigésimo noveno pasajero.
Canibalismo
Para sobrevivir, tomaron una difícil decisión: alimentarse de los restos de sus compañeros muertos y, ante la posibilidad de morir de inanición, todos aceptaron. Hubo una condición: no comerse a los familiares, amigos cercanos o mujeres.
En busca de ayuda
En diciembre, cuando el temporal disminuyó, los sobrevivientes tuvieron algunos días soleados, situación que los motivó a salir a buscar ayuda. Era su última oportunidad de ser rescatados.
El 12 de diciembre, los sobrevivientes, Roberto Canessa, Antonio Vizintín y Nando Parado decidieron separarse del grupo para ir en busca de auxilio. Lamentablemente, al creer que estaban en territorio chileno erraron el camino y con ello la posibilidad de llegar lo más pronto posible a un lugar poblado.
Se fueron por el poniente, en lugar de emprender el camino hacia el oeste, rumbo a las pampas argentinas. Al tercer día de camino, Antonio Vizintín tuvo un accidente y se tomó la decisión de que regresara con el grupo.
Los dos supervivientes siguieron caminando 7 días más. Luego de 59 kilómetros llegaron a una zona conocida como San Fernando. Al amanecer vieron, del otro lado del río, al arriero chileno Sergio Catalán. Intentaron comunicarse pero fue imposible debido a la corriente del agua que les impedía acercarse.
El campesino chileno ató hojas de papel y un lápiz a una piedra para luego lanzarla sobre el río. Al recibirla, Nando escribió el siguiente mensaje: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar”.
¿Dónde estamos?
Sergio Catalán supo de lo que se trataba: les lanzó un poco de pan con queso y fue en busca de ayuda. La información se esparció rápidamente y los sobrevivientes volvieron a convertirse en noticia mundial.
El rescate se dio inmediatamente y lograron sobrevivir 16 de los 45 pasajeros. Los días pasaron y los medios de comunicación informaron que para sobrevivir practicaron la antropofagia. Aunque al principio lo negaron, después aceptaron que comieron carne humana para sobrevivir.
El incidente en la cordillera de los Andes ha quedado en la historia de la aviación como uno de los mayores ejemplos de supervivencia. Las 16 personas que lograron regresar vieron pasar la vida frente a sus ojos. Lograron contar su historia y demostrar que el trabajo en equipo, en determinadas situaciones, es cuestión de vida o muerte.