La tortura es un acto intencional para provocar sufrimiento. El dolor es algo que hemos sentido desde siempre, pero infligir por medio de la tortura es un acto altamente reprobable. Las consecuencias de ejercer este tipo de violencia fueron legales hasta 1948, año en que fue aprobada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que se prohíbe y sanciona cualquier forma de tortura, ya sea física, sexual o psicológica.
Según Amnistía Internacional, la tortura es cruel e inhumana, está prohibida por el derecho internacional y no puede, nunca, justificarse. Además, el dolor infringido para hacer sufrir a una persona persigue un fin, ya sea para obtener información, confesiones, para castigar a alguien, con el fin de intimidar o por el simple hecho de ejercer autoridad y dar a conocer “el poder” sobre las personas. A pesar de que la tortura es injustificable, muchos casos de tortura quedan escondidos y sin esclarecer en la actualidad.
Dolor en el tiempo
La tortura se instauró desde que las civilizaciones antiguas empezaron a ejercer las leyes. Los romanos, por ejemplo, la ocupaban en el siglo VI como método para obtener información en los juicios; lo anterior está descrito en el Digesto, una especie de constitución de la época. Aunque con matices, estas leyes prohibían la tortura en niños y mujeres embarazadas.
Basados en esta primitiva justicia se justificaron escenas de violencia durante siglos. Posteriormente, la tortura se especializó dando origen a la invención de aparatos específicos para estos fines. Por ejemplo, durante la Edad Media se usaban instrumentos especializados para torturar físicamente a los enjuiciados, provocándoles desgarres, amputaciones, quemaduras o aplastamientos.
Herramientas de tortura
Entre estas herramientas se encontraban el aplastacabezas, que consistía en una base de hierro en la que se ataba la cabeza del enjuiciado y se prensaba entre dos placas de metal; la cuna de judas es un triángulo de hierro sobre el que soltaban a la persona acusada, provocándole daño en la entrepierna; las uñas de gato consistían en varias púas que caían sobre los brazos con el fin de ir desgarrando la piel hasta dejar el hueso descubierto; varios acusados, sino es que la mayoría, morían durante el juicio debido a la tortura.
La tortura no sólo llegar a ser física, también puede ser psicológica o sexual. Muchos juicios y castigos penales que se llevaron a cabo hasta antes del siglo XX se empleaban para subyugar a las personas; podían aislarlas o privarlas sensorialmente.
Forma de control
Aunque la tortura está prohibida, en más de dos tercios de la mitad del mundo se sigue practicando en secreto. La impunidad va de la mano con la tortura. Así, los gobiernos violentadores y corruptos, torturan para desparecer, asesinar o encarcelar a sus opositores. En estos países, tanto los gobernadores como las autoridades, así como las personas con poder, son potenciales torturadores.
A lo largo de la historia, los episodios de tortura perpetrados por estos gobiernos no son la excepción; como ejemplo esta la Santa Inquisición que, durante siglos, persiguió, torturó y asesinó a todos aquellos que la Iglesia consideraba herejes, además de castigar a las mujeres sospechosas de practicar la brujería. Fue hasta 1813, durante las Cortes de Cádiz y con el antecedente de la victoria de Napoleón Bonaparte en los decretos de Chamartín, que la Inquisición terminó, pero no con ello la práctica de la tortura.
Hasta la fecha, la tortura es una práctica común que deviene de sujetos y organismos con poder, no sólo de organizaciones delictivas, sino de grupos como la CIA o el FBI. La Segunda Guerra Mundial se caracterizó por las torturas y los crímenes contra la humanidad cometidos por distintos países, entre ellos los grupos nazis, la Gestapo y la KGB.
Tortura en México
A pesar de que la Organización de las Naciones Unidas estableció la Convención contra la Tortura, fue hasta 2015 que en México la Procuraduría General de la República decidió crear una unidad especializada en ese crimen, aunque no se tiene la certeza de su funcionalidad y eficacia.
Actualmente, asociaciones civiles visibilizan casos de tortura que antes eran ignorados en México, como los casos de Acteal y los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Estas mismas organizaciones arrojan cifras escalofriantes: tan solo en 2014 hubo más de 2 mil denuncias por tortura; además, en diez años el número de denuncias aumentó en un seiscientos por ciento. Lo anterior sin tomar en cuenta los delitos de tortura que no se denuncian, los casos de migrantes sudamericanos que pasan por México para llegar a Estados Unidos o los hechos que suceden todos los días en cualquier lugar.